jueves, 23 de octubre de 2014

Conversaciones de vida...

Hoy vi a la vida, representada en los ojos de un anciano. Una vida con ganas de ser vivida, una vida que anhelaba vida y luchaba por recordar tiempos mejores, dónde el cuerpo respondía al alma.

Estaba en la oficina, como otro día cualquiera, cuando me sobresalté al escuchar como una voz desgastada por el tiempo y las exigencias de la vida, decía mi nombre en voz alta, deseoso de que saliese a su encuentro. Era un viejo amigo.

Me miró a los ojos durante unos segundos, unos preciosos segundos. Vi
que sentía la necesidad de mostrarme sin hablar todo lo sentía dentro de su cuerpo, de su alma magullada... lo sentí, vaya si lo sentí. Compartimos carga apenas unos eternos segundos.


Tuve que apartar la mirada, pues me estaba haciendo daño... el daño de la verdad, el daño del tiempo y sus consecuencias. Se mantenía con dificultad en pie, apoyado en su bastón desgastado de tanto roce, a juego con su alma, e intentaba explicarme el motivo de su visita. Su voz, como un eco que desobedece al grito clamando auxilio, le fallaba. Mostraba una fuerza interior enorme, carraspeaba y lo intentaba de nuevo. Le agarré del brazo y le ayudé a sentarse.


Me explicó muchas cosas, relacionadas con mi trabajo y sus necesidades. Pero yo en ese momento, nadaba entre recuerdos y un sentimiento de extraña culpabilidad, y a la vez de agradecimiento, pues para mí era muy importante que contase conmigo, como bastón de refuerzo, como quinta pata de una mesa que empieza a cojear. Entre lágrimas me recordó a su difunta mujer, siempre lo hace. "Una gran mujer... la mejor amiga, se me fue cuando más la necesitaba..." me decía con voz entrecortada. Estaban muy unidos y la vida les arrolló, a los dos, pues mi pobre viejo amigo, vaga sin destino, sin motivo por el que luchar... desde entonces. Se emocionó... me emocionó el alma...

Le ayudé a incorporarse y mostrarle la salida de la oficina, por que la otra salida no la conocía, ni siquiera él. Aún con las mejillas empapadas, y los ojos como un puro y cristalino océano, me dijo algo que jamás olvidaré. "Hijo, perdóname, pero ya apenas consigo ver...". Mientras le observaba como desaparecía, como esa sombra que es quemada por el primer rayo de sol, pensé, "pues para no ver nada, me has mostrado un mundo entero".

Hoy sentí pena, no por él, más bien por mí. Dentro de mi ser se sacudió algo, de forma brusca como un intento de mi propio alma de avisarme de que un finito "tic -tac" danza dentro de mi. "Vive", parecí entender... suspiré ... una vez más...

Aprendí, que no todos los días, son un día cualquiera...



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